lunes, 7 de diciembre de 2015

Otra vez estamos aqui...

Siete meses sin escribir, es un bebé prematuro... pero no... no hay bebé, ....

Últimamente no estoy muy "lucida" ni tengo ganas de escribir, salvo lo imprescindible, así que ante la falta de emoción, el silencio es lo mejor...

De mayo a estas fechas, los acontecimientos son pocos, pero contundentes, el más importante con mucho, es la pérdida de mi padre. Es duro escribirlo, decirlo, pensarlo.... cualquier cosa que me recuerda a él, simplemente me puede. De repente recuerdo cosas absurdas, que no vienen al caso, en las que él está relacionado directamente...

Recuerdo perfectamente el único truco que nos repetía, cuando eramos pequeños a mis hermanos y a mi. Consistía en masticar un garbanzo. Eso ya nos volvía locos. Masticar un garbanzo seco y duro. Como es posible que hiciera eso sin romperse una muela? Pues lo hacia. Una vez machacado, volvía a mostrarlo entero, como si nada hubiera pasado... Hoy, no le veo mucho misterio, aunque recuerdo que nos enseñaba la boca desierta, si bien repleta de todas las piezas dentales, que conservó hasta muy adentrado en la enfermedad... 

Recuerdo las veces que me llevó a su trabajo, siendo yo niña. Ese lugar, estaba situado en el mismo barrio donde llevo trabajando tantos años. En la misma calle. Que curioso. Es un edificio antiguo, muy cercano al parque del Retiro. El suelo crujía al pisarlo. Las salas llenas de máquinas de escribir se sucedían. La telefonista encerrada dentro de su cuartito, enchufando las clavijas a toda velocidad que permitían hablar entre departamentos o comunicaban llamadas desde el exterior. La mesa que ocupó mi padre, justo en la entrada. Al fondo del pasillo estaba el departamento de contabilidad y justo en frente los aseos. Aquellos inmensos aseos, de baldosines blancos rotos, con lavabos blancos, tan antiguos. De la pared, surgía un hierro que curvado hacia el suelo sostenía una pastilla de jabón blanquisima, que yo adoraba.

Recuerdo el taller. Aquel "puzzle" de cosas encajadas perfectamente para que ocupasen poco sitio. Televisiones más grandes de fondo que de cualquier otra medida. Infinidad de aparatitos de radio reparadas, minipimers, casettes, tocadiscos, planchas y más planchas.... expositores con recambios y gomas para ollas, para pilas, con bombillas.... y en la trastienda, el taller propiamente dicho, donde había un verdadero arsenal de herramienta, y un minúsculisimo aseo. Todo aquello metido en aquel lugar mínimo, donde yo quería ir para hacer de "tendera". Mi padre olía a aquel lugar. A spray limpia circuitos, a la grasilla de las correas y poleas que empercudía sus dedos, y que siempre lograba borrar... y a tabaco. El olor a tabaco le acompañó siempre. Fiel a sus Winston, vió como uno tras otro de sus hijos le seguimos en el vicio. Cuantas veces le quitábamos los cigarrillos sin su permiso. Cuantas veces nos los quitó él mucho después... cuantas...

Recuerdo los viajes a su pueblo. La parada obligada a comer el bocadillo de jamón en Adanero. Aún puedo saborear aquél pan y la coca cola que lo acompañaba. Lo primero al llegar al pueblo era ir a ver a los familiares de mi madre, a la panadería. Mi padre disfrutó allí muchísimo. Le encantaba el horno. Era feliz comiendo moritos y pan recién sacado. Pero yo recuerdo con él mucho más los viajes de ida y vuelta... que la propia estancia allí. Trató que fueran amenos, y lo consiguió. 



No le diré adiós nunca, porque nunca se irá, verdad papa?